EDITORIAL

Corrupción, una enfermedad invisible.

Diego Herrera[1]

2. Saludesa Ecuador, Ecuador.

https://doi.org/10.16921/pfr.v10i1.341

PRÁCTICA FAMILIAR RURAL│Vol.10│No.2│Julio 2025│Recibido: 22/06/2025│Aprobado: 25/07/2025

Cómo citar este artículo
Herrera D, Gaus D. La medicina no piensa. PFR [Internet]. 10(1). Disponible en: https://practicafamiliarrural.org/index.php/pfr/article/view/341

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Resumen

La corrupción constituye un fenómeno estructural que socava la cohesión social y debilita la legitimidad democrática en América Latina. Es necesario criticar las raíces filosóficas, sociales e institucionales de la corrupción, cuestionando los enfoques positivistas que la reducen a fallas individuales o legales. A través del análisis de fuentes documentales recientes, se examina el impacto de la corrupción sobre la confianza ciudadana, la equidad distributiva y el tejido normativo de las sociedades latinoamericanas. Especial atención se dedica al sector salud, donde las prácticas corruptas adquieren una dimensión especialmente lesiva, afectando directamente el acceso a servicios esenciales y vulnerando derechos fundamentales. Se concluye que la lucha contra la corrupción requiere no solo reformas legales, sino una transformación estructural que promueva una sociedad con mayor transparencia, rendición de cuentas y justicia social.

Palabras clave: corrupción, estructural, salud, subcultura, América Latina

Corruption, a harmless disease

Abstract

Corruption is a structural phenomenon that undermines social cohesion and weakens democratic legitimacy in Latin America. This paper critically addresses the philosophical, social, and institutional roots of corruption, challenging positivist approaches that reduce it to individual or legal failings. Drawing on recent documentary sources, it examines the impact of corruption on public trust, distributive equity, and the normative fabric of Latin American societies. Special focus is given to the health sector, where corrupt practices become particularly harmful, directly affecting access to essential services and violating fundamental rights. The study concludes that combating corruption requires not only legal reforms but also structural transformation to foster transparency, accountability, and social justice.

Keywords: corruption, structural, health, subculture, Latin America

Introducción

La cultura moldea no solo las acciones corruptas, sino también su percepción (1)

La corrupción ha sido una constante en la historia; sin embargo, su conceptualización ha evolucionado de manera fragmentada y muchas veces utilitaria, reduciéndola a un problema moral. En términos generales, la corrupción puede definirse como una práctica que desvía o transgrede las normas que regulan el ejercicio del poder para beneficio personal, de grupo o institucional. No obstante, esta definición mínima es insuficiente para dar cuenta de su complejidad estructural, simbólica y cultural; la corrupción no puede explicarse exclusivamente en función de acciones individuales ni de vacíos institucionales, sino que debe entenderse dentro de un entramado histórico y cultural más amplio, donde intervienen elementos como el clientelismo, las redes informales de poder y la debilidad de los mecanismos de control ciudadano. La construcción misma del concepto ha sido moldeada por intereses ideológicos y contextos históricos que delimitan qué prácticas se consideran corruptas y cuáles son invisibilizadas o naturalizadas (2).

Desde una perspectiva filosófica, el fenómeno de la corrupción remite a interrogantes más profundos sobre la moral, la justicia y la naturaleza del poder. A lo largo de la historia del pensamiento, han coexistido diversas interpretaciones sobre su origen: mientras que para los clásicos como Platón y Aristóteles la corrupción era el resultado de la desviación de las formas legítimas de gobierno hacia intereses particulares, en la modernidad se consolidó una visión más moralizante, centrada en la degeneración ética del individuo (3). Sin embargo, esta moralización ha servido frecuentemente para ocultar las estructuras sistémicas que facilitan la corrupción. Tal como se discute en los debates contemporáneos, la corrupción no es un simple accidente ético, sino un síntoma de la configuración del poder y su lógica de funcionamiento. En este sentido, la corrupción no se opone necesariamente al orden institucional, sino que puede llegar a estar imbricada en él y reproducirse desde su interior (4).

La crítica al pensamiento positivista resulta clave para comprender esta complejidad. El positivismo jurídico y sociológico, al privilegiar únicamente los datos empíricos y las regularidades cuantificables, ha reducido la corrupción a una desviación observable, medible y corregible mediante reformas normativas o institucionales. Esta visión ignora la dimensión simbólica, narrativa y performativa del fenómeno. Como señala Han (5), vivimos en una sociedad de la transparencia donde todo debe ser visible, medible y controlado; sin embargo, esta obsesión por la visibilidad termina por vaciar de sentido a las acciones sociales y por eliminar toda negatividad o alteridad, lo cual impide la reflexión crítica sobre los sistemas que producen la corrupción. La lógica positiva, al eliminar el conflicto, lo otro, lo oculto, cancela la posibilidad de un juicio ético real y transforma a la corrupción en un objeto técnico de gestión, despolitizado y descontextualizado (5).

Esta lógica tecnocrática de la transparencia termina siendo profundamente funcional al sistema neoliberal, ya que convierte la lucha contra la corrupción en una estrategia de optimización operativa, sin transformación estructural. Así, los discursos contemporáneos sobre la transparencia son utilizados por los gobiernos para promover la vigilancia y el control social, más que el empoderamiento ciudadano (5). El paradigma positivista, al invisibilizar las raíces estructurales y culturales del fenómeno, legitima mecanismos de “limpieza” que no hacen sino reafirmar el status quo. En palabras de De la Torre (2), esta concepción reduccionista convierte a la corrupción en un fetiche político que sirve para deslegitimar al enemigo y justificar reformas conservadoras.

El fenómeno debe ser leído a partir de una hermenéutica crítica, capaz de devolverle su espesor histórico, ético y cultural. Como lo sugiere Rodríguez (3), no se trata solo de medir la corrupción, sino de comprenderla en su totalidad: como forma de reproducción del orden, como máscara del poder y como síntoma de las contradicciones estructurales de nuestras sociedades.

En algunos países latinoamericanos, la corrupción constituye un fenómeno estructural que erosiona gravemente los pilares de la cohesión social y mina la confianza ciudadana en las instituciones. Este deterioro se manifiesta no solo en los sistemas formales de justicia o representación, sino en el debilitamiento del capital social, entendido como la confianza horizontal y vertical entre ciudadanos y entre estos y el Estado (6). Uno de los efectos más visibles ha sido el desencanto ciudadano, que ha motivado fenómenos de desafección política, protestas masivas e incluso crisis de gobernabilidad. Este deterioro no puede entenderse exclusivamente como un problema de funcionarios corruptos, sino como el resultado de redes clientelares profundamente arraigadas, institucionalidad débil y una cultura política permisiva ante la opacidad. El discurso meritocrático y el modelo de eficiencia administrativa, promovidos por organismos internacionales, han servido muchas veces como velo que oculta la captura del Estado por intereses privados, especialmente en procesos de contratación pública y concesiones (7).

El sector salud se presenta como uno de los más vulnerables a la corrupción, con impactos directos sobre el derecho a la vida y la integridad física de la población. De hecho, como afirma Ramírez Cosme (8), la corrupción en este ámbito puede representar literalmente la diferencia entre la vida y la muerte, dado que interfiere en el acceso, calidad y equidad de los servicios sanitarios.

Esta vulnerabilidad estructural se explica por varios factores: el gran volumen de recursos económicos movilizados, la fragmentación del sistema, la complejidad técnica y la asimetría de información entre proveedores, profesionales y pacientes (9). Además, los actos corruptos se manifiestan en distintos niveles de la burocracia: desde altos funcionarios que capturan decisiones estratégicas de compra y financiamiento, hasta médicos que exigen pagos informales o desvían insumos esenciales (10,11).

En Perú, por ejemplo, la Contraloría identificó que solo en el año 2022 el sector salud perdió más de 1.750 millones de soles por corrupción, cifra solo superada por el sector educación (12). En Colombia, estudios de la Iniciativa CoST revelaron que más del 60% de los procesos de contratación pública en salud carecen de información básica de transparencia, lo que dificulta el control social y la rendición de cuentas (13).

Como subraya el informe de Villacís (14), en Ecuador la corrupción en salud ha sido particularmente evidente en las compras de emergencia durante la pandemia, donde se identificaron sobreprecios, contratos ficticios y redes de tráfico de influencias incluso en hospitales públicos. Estas prácticas fraudulentas continúan en el sistema de salud público donde se han enquistado mafias que realizan negocios millonarios a través de contratos y compras públicas. El sector privado de la salud no se queda atrás, siendo parte del sistema de proveedores externos de salud, soborna a las mafias antes mencionadas para asegurar la derivación de pacientes, sobreprecios al momento de facturar y lograr el pago privilegiado de las prestaciones brindadas.

La corrupción no debe entenderse únicamente como un acto ilegal o individual, sino también como una subcultura institucionalizada dentro de estructuras organizativas, sociales y políticas. Esta visión subcultural ha sido estudiada desde diversas disciplinas, especialmente la antropología, la teoría cultural y la sociología organizacional.

Torsello (15) expone que la corrupción puede constituirse en una práctica socialmente normalizada dentro de ciertas organizaciones o sociedades, con reglas internas que legitiman conductas ilegales bajo el argumento de lealtad, reciprocidad o eficiencia. En estas redes, la corrupción opera como un código compartido, y los actores tienden a justificarse apelando a valores culturales o lealtades personales.

“En contextos donde la corrupción está normalizada, los actores no la perciben como desviación sino como adaptación estratégica a un orden informal más eficaz” (15).

La antropología ha sido clave en analizar cómo los significados locales sobre lo correcto o lo indebido difieren de las normas legales estatales. Wedel y Blundo han documentado cómo la corrupción se justifica dentro de marcos morales situados. Por ejemplo, en algunos países africanos o de Europa del Este, las prácticas clientelares o de “regalos” se entienden como reciprocidad legítima (16).

“La corrupción no es necesariamente vista como inmoral, sino como parte de la lógica de sobrevivencia cotidiana” (17).

Hooker (18) argumenta que algunas instituciones desarrollan culturas internas donde los actos corruptos no solo son tolerados, sino premiados. En estos contextos, la lealtad interna supera la legalidad externa. Esto refuerza un sistema de valores internos que protege y reproduce la corrupción como práctica compartida.

“Donde la corrupción es sistémica, los nuevos empleados aprenden rápidamente que la obediencia a la norma informal es clave para el ascenso” (18).

Usando el marco de Mary Douglas, algunos autores han aplicado la tipología “grid-group” para demostrar que las percepciones sobre lo que constituye corrupción varían según estructuras sociales. Por ejemplo, sociedades jerárquicas tienden a ver ciertos actos clientelares como aceptables si refuerzan la autoridad establecida (1).

El abordaje de la corrupción como subcultura proporciona una explicación más compleja y realista del fenómeno, ya que permite entender por qué esta persiste incluso en presencia de mecanismos formales de control. El principal valor de esta perspectiva es su capacidad para desnaturalizar los enfoques puramente legales o individualistas, reconociendo que la corrupción puede estar institucionalizada en los valores, prácticas y estructuras sociales.

Sin embargo, una crítica importante es que este enfoque puede caer en el relativismo cultural si no se acompaña de criterios normativos claros. Es decir, si todo se interpreta como "parte de la cultura", se corre el riesgo de justificar conductas nocivas bajo la etiqueta de lo cultural. Por ello, es fundamental articular este análisis con principios éticos universales, derechos humanos y estándares de gobernanza que permitan distinguir entre lo culturalmente aceptado y lo socialmente destructivo. En síntesis, la corrupción como subcultura no solo debe ser entendida, sino también transformada. Ello implica romper con normas informales tóxicas, reestructurar incentivos internos y reconstruir culturas organizacionales centradas en la ética y la transparencia.

Frente a este panorama que incluye a toda la sociedad, incluido el sector salud, es necesario superar el paradigma reduccionista que ubica la corrupción como un “fallo moral individual” y avanzar hacia una comprensión estructural y sistémica del problema. Mientras no se realice una reforma institucional del sector salud, donde los puestos de decisión a niveles administrativos y hospitalarios dejen de ser un botín político, mientras no se cambie el modelo de financiamiento centralizado, mientras no se permita que otros actores realicen una veeduría de compras y contratos para la transparencia activa, mientras no se permita que grupos de pacientes crónicos realicen auditorías sociales, mientras no exista en las instituciones de salud un mecanismo de protección a denunciantes, la corrupción será la enfermedad que el sector salud ha normatizado, invisibilizado o, peor aún, ha declarado su inocuidad.

Referencias

  1. Graycar A, Sidebottom A. Corruption and cultures of compliance. Crime Law Soc Change. 2012;58(2):109–30.

  2. De la Torre C. El populismo y la política de las élites en América Latina. Quito: FLACSO Ecuador; 2006.

  3. Rodríguez A. Filosofía de la corrupción: de Platón a la modernidad. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica; 2020.

  4. Martínez J. La corrupción como sistema: un enfoque sociológico. Buenos Aires: Prometeo Libros; 2015.

  5. Han B-C. La sociedad de la transparencia. Barcelona: Herder; 2014.

  6. UNODC. The impact of corruption on sustainable development. Viena: UNODC; 2020.

  7. Sánchez D, Luna J. Corrupción y captura del Estado en América Latina. Buenos Aires: CLACSO; 2020.

  8. Ramírez Cosme AG. La corrupción en el sector salud: características, algunas de sus tipologías y efectos. Rev Derecho & Soc. 2024;62:1-17.

  9. Kohler J. Corruption in the health sector. Lancet. 2019;393(10179):563.

  10. Hussman K. Corruption in health systems: the silent pandemic. Berlín: Transparency International; 2020.

  11. Bruckner T. Corrupción y salud pública: Un binomio fatal. Ginebra: OMS; 2019.

  12. Contraloría General de la República. Incidencia de la corrupción e inconducta funcional, 2022. Lima: Contraloría General de la República; 2024.

  13. Transparency International. Iniciativa CoST [Internet]. Berlín: Transparency International; 2023. Disponible en: https://www.transparency.org/ (Nota: Si hay un informe específico de CoST Colombia, la URL debería ir directamente a ese informe, o la cita debería especificar mejor la fuente).

  14. Villacís C. Corrupción en el sector público ecuatoriano: el caso salud. Quito: Universidad Andina Simón Bolívar; 2022.

  15. Torsello D. The Cultural Theory of Corruption. Cheltenham: Edward Elgar Publishing; 2023. Disponible en: https://www.e-elgar.com/shop/gbp/the-cultural-theory-of-corruption-9781803927947.html

  16. Forattini F. For a broader understanding of corruption as a cultural fact and its influence in society. Academia Lett. 2021;1700.

  17. Oxford Bibliographies. Corruption (Anthropology). Oxford Bibliographies Online [Internet]. 2023. Disponible en: https://www.oxfordbibliographies.com/display/document/obo-9780199766567/obo-9780199766567-0292.xml

  18. Hooker J. Corruption from a Cross-Cultural Perspective. Pittsburgh: Carnegie Mellon University; 2008. Disponible en: http://johnhooker.tepper.cmu.edu/corruption08s.pdf