ARTÍCULOS DE REVISIÓN

Avances en toxicología laboral en el ámbito hospitalario: nuevas herramientas para la protección del personal de salud

Lilian Pinos-Mora[1], Luis Vásquez[1]

1. Universidad del Pacífico, Guayas, Ecuador.

DOI: https://doi.org/10.16921/pfr.v10i2.382

PRÁCTICA FAMILIAR RURAL│Vol.10│No.2│Julio 2025│Recibido: 17/06/2025│Aprobado: 25/07/2025

Cómo citar este artículo
Pinos-Mora L, Vásquez L. Avances en toxicología laboral en el ámbito hospitalario: nuevas herramientas para la protección del personal de salud. PFR julio 2025;10(2). Disponible en: https://practicafamiliarrural.org/index.php/pfr/article/view/382

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Resumen

Esta revisión analiza los avances recientes en toxicología laboral en el ámbito hospitalario, centrándose en nuevas herramientas para la protección del personal de salud. Los profesionales sanitarios enfrentan riesgos significativos por la exposición a químicos peligrosos, incluyendo antineoplásicos, gases anestésicos y productos de limpieza, lo que provoca efectos adversos como cáncer, problemas reproductivos y enfermedades respiratorias. Las innovaciones en monitoreo ambiental y biológico, como sensores portátiles y biomarcadores emergentes, mejoran la detección temprana y la evaluación de riesgos. Los controles de ingeniería avanzados, como gabinetes de seguridad biológica y sistemas cerrados de transferencia de medicamentos, junto con equipos de protección personal mejorados, ofrecen una contención superior. Además, los marcos regulatorios actualizados de organizaciones como NIOSH y USP, sumados a programas de capacitación con simulación y realidad extendida, son cruciales para fomentar una cultura de seguridad proactiva. La integración de la toxicología ocupacional y un liderazgo institucional fuerte son esenciales para garantizar entornos sanitarios más seguros y resilientes.

Palabras clave: toxicologia laboral; riesgo ocupacional; vigilancia biológica; protocolo; seguridad

Advances in labor toxicology in the hospital sphere: new tools for the protection of health personnel

Abstract

This review examines recent advancements in occupational toxicology within hospital settings, focusing on new tools for healthcare worker protection. Healthcare professionals face significant risks from hazardous chemical exposure, including antineoplastic drugs, anesthetic gases, and cleaning products, leading to adverse health effects such as cancer, reproductive issues, and respiratory illnesses. Recent innovations in environmental and biological monitoring, like portable sensors and emerging biomarkers, enhance early detection and risk assessment. Improved engineering controls, such as advanced biosafety cabinets and closed-system drug-transfer devices, along with enhanced personal protective equipment, provide better containment. Furthermore, updated regulatory frameworks from organizations like NIOSH and USP, coupled with robust training programs utilizing simulation and extended reality, are crucial for fostering a proactive safety culture. Integrating occupational toxicology expertise and strong institutional leadership are essential to ensure safer and more resilient healthcare environments.

Keywords: occupational toxicology; occupational risk; biological surveillance; protocol; safety

 

Introducción

Los trabajadores de la salud son fundamentales para el funcionamiento de cualquier sistema sanitario, y su misión principal es mejorar la salud de la población. Al desempeñar este rol esencial, contribuyen a garantizar el derecho a la salud para todos. Sin embargo, para poder cumplir eficazmente con sus responsabilidades, los trabajadores sanitarios también deben gozar del derecho a condiciones laborales seguras y saludables [1]. Su bienestar no solo es una cuestión de derechos individuales, sino también un pilar para la sostenibilidad y calidad de la atención médica. A pesar de su importancia, los trabajadores de la salud, especialmente en países de ingresos bajos, suelen enfrentarse a entornos laborales peligrosos. Las condiciones laborales inseguras son una de las principales causas de huelgas y protestas laborales, lo que agrava aún más la fragilidad de los sistemas de salud [2]. Una de las categorías más relevantes de riesgos ocupacionales en el ámbito sanitario es la exposición a productos químicos peligrosos. Estos incluyen agentes de limpieza y desinfección, insecticidas, mercurio y medicamentos como los citotóxicos y antineoplásicos. Además, el látex, comúnmente utilizado en guantes y equipos médicos, es una causa frecuente de alergias [3].

Diversos estudios han relacionado la exposición a estas sustancias con efectos graves sobre la salud. El contacto con desinfectantes y látex se ha asociado con casos de asma ocupacional entre el personal sanitario [4]. La exposición prolongada o en niveles elevados a sustancias como el óxido de etileno, el formaldehído y algunos fármacos oncológicos se ha vinculado con un mayor riesgo de desarrollar cánceres hematológicos, de mama y nasofaríngeos [5]. Asimismo, los gases anestésicos y los medicamentos citotóxicos se han relacionado con resultados reproductivos adversos, como abortos espontáneos y malformaciones congénitas [6].

Frente a estos desafíos, la Organización Mundial de la Salud destaca la importancia de los programas de salud y seguridad ocupacional. Estos programas tienen como objetivo prevenir enfermedades y lesiones relacionadas con el trabajo, mejorar la calidad y seguridad de la atención, proteger al personal sanitario y fomentar prácticas sostenibles en el sector salud [7]. Esta revisión tiene como propósito analizar los avances recientes en la identificación, monitoreo y prevención de los riesgos toxicológicos en entornos sanitarios. Se enfoca en la incorporación de nuevas tecnologías, la mejora de protocolos de seguridad y el fortalecimiento de marcos institucionales orientados a reducir la exposición a agentes químicos. El objetivo general es contribuir al desarrollo de sistemas de salud más seguros y resilientes, que prioricen el bienestar de su fuerza laboral.

Panorama de riesgos tóxicos en el entorno hospitalario

El personal sanitario está expuesto a una variedad de riesgos ocupacionales no infecciosos que afectan tanto su salud física como mental. Entre ellos se incluyen lesiones musculoesqueléticas, como esguinces, distensiones y lesiones lumbares, así como alergias al látex, episodios de violencia laboral y altos niveles de estrés [8]. Estos riesgos no afectan a todos por igual. Grupos como el personal de enfermería, farmacia hospitalaria, limpieza y esterilización se consideran especialmente vulnerables debido a la frecuencia e intensidad de su exposición a sustancias tóxicas. Tanto efectos agudos como crónicos han sido documentados, particularmente en farmacéuticos y enfermeras, quienes están en contacto frecuente con agentes químicos peligrosos [9].

Para que una sustancia química produzca efectos negativos en el organismo, primero debe ingresar o entrar en contacto con el cuerpo. Las principales vías de exposición incluyen la inhalación, el contacto dérmico, la ingestión accidental y la inyección (como ocurre en lesiones por objetos punzocortantes) [10]. En el ámbito hospitalario, la inhalación de polvo o aerosoles de medicamentos ha sido considerada durante mucho tiempo la vía más relevante de exposición accidental [11], aunque el contacto con la piel se reconoce actualmente como la ruta principal de absorción en trabajadores sanitarios [12]. Las propiedades físico-químicas de cada compuesto, como su solubilidad en agua o en lípidos, determinan su distribución en el cuerpo y su afinidad por ciertos tejidos, lo que influye directamente en la magnitud y el tipo de daño que puede producir [13].

Dentro de los agentes más peligrosos en el entorno hospitalario se encuentran los medicamentos antineoplásicos o citotóxicos, ampliamente utilizados en tratamientos oncológicos. Su capacidad para dañar células tumorales también implica riesgos para células sanas, lo que los convierte en compuestos altamente tóxicos. La exposición ocupacional a estos fármacos puede provocar una variedad de efectos adversos, que incluyen pérdida de cabello, cefaleas, infertilidad, abortos espontáneos e incluso cáncer. Además, pueden causar irritación de mucosas, reacciones alérgicas, toxicidad sistémica y necrosis celular, con la posible formación de úlceras de distinta severidad [14–16].

Los gases anestésicos inhalatorios, como el óxido nitroso y los agentes halogenados, también representan un riesgo para la salud del personal expuesto [13]. Aunque estudios recientes sugieren que con sistemas de evacuación y ventilación adecuados no se incrementa el riesgo de abortos espontáneos o malformaciones congénitas, la exposición a concentraciones residuales puede causar cefalea, fatiga, vértigo, alteraciones de la memoria y cambios neuroconductuales [6,13].

Los productos de limpieza y desinfección son otra fuente importante de exposición química. Muchos de ellos contienen compuestos sensibilizantes o irritantes, como los amonios cuaternarios, las etanolaminas, la clorhexidina, el glutaraldehído y el ácido peracético. Estos productos se han asociado con el desarrollo o agravamiento del asma ocupacional y otros síntomas respiratorios y oculares [17,18].

Otros agentes altamente tóxicos presentes en el entorno hospitalario incluyen el formaldehído, el glutaraldehído y el óxido de etileno. El formaldehído, debido a su alta reactividad con lípidos, proteínas y ácidos nucleicos, puede causar desde irritación leve de piel y mucosas hasta trastornos respiratorios severos y cáncer nasofaríngeo, dependiendo del nivel y duración de la exposición [13]. El glutaraldehído, ampliamente utilizado como desinfectante en centros de atención primaria, puede provocar asma, dermatitis de contacto e irritación de las vías respiratorias y la piel [19]. Por su parte, la exposición prolongada al óxido de etileno se ha vinculado con un mayor riesgo de cánceres como el de mama, linfoma no Hodgkin, mieloma y leucemias linfocíticas, especialmente en personas expuestas durante largos periodos [20]. La Tabla 1 muestra los principales agentes tóxicos identificados en el entorno hospitalario, junto con sus vías de exposición, efectos sobre la salud y grupos laborales más vulnerables.En conjunto, estos riesgos subrayan la necesidad urgente de estrategias efectivas para proteger al personal sanitario de los efectos adversos de los agentes tóxicos presentes en su entorno laboral.

Tabla 1: Panorama de riesgos tóxicos en el entorno hospitalario

Agente Tóxico o Riesgo Vías de Exposición Efectos sobre la Salud Grupos Más Expuestos
Medicamentos antineoplásicos[3,5,14,15] Inhalación, contacto dérmico, inyección accidental Infertilidad, abortos espontáneos, cáncer, necrosis celular, reacciones alérgicas Enfermería, farmacia hospitalaria
Gases anestésicos (óxido nitroso, halogenados)[6,13] Inhalación residual en salas mal ventiladas Cefalea, fatiga, vértigo, alteraciones de memoria y comportamiento Anestesiólogos, personal de quirófano
Productos de limpieza y desinfección[17,18] Inhalación, contacto dérmico Asma ocupacional, irritación ocular y respiratoria Personal de limpieza, esterilización
Formaldehído[5] Inhalación, contacto dérmico Irritación, dermatitis, riesgo de cáncer nasofaríngeo Laboratorio, anatomía patológica
Glutaraldehído[19] Inhalación, contacto dérmico Asma, dermatitis, irritación de piel y mucosas Esterilización, endoscopía
Óxido de etileno[20] Inhalación Cáncer hematológico (leucemia, linfoma), cáncer de mama Esterilización de instrumental médico
Látex[3] Contacto dérmico Reacciones alérgicas cutáneas y respiratorias Enfermería, odontología, quirófano

Fuente: Elaborada por los autores

Avances en evaluación de exposición y vigilancia biológica

En los últimos años, se han producido avances significativos en las tecnologías utilizadas para evaluar la exposición del personal sanitario a agentes tóxicos y para la vigilancia biológica en entornos hospitalarios. El monitoreo ambiental permite recolectar mediciones que identifican y cuantifican contaminantes potencialmente peligrosos presentes en un entorno determinado [21]. Esta herramienta es clave para evaluar la exposición efectiva de los trabajadores y construir mapas de riesgo, a través de estrategias que incluyen la cuantificación precisa de los peligros químicos, la activación de protocolos de emergencia para contener exposiciones agudas, el seguimiento de tendencias de contaminación y el diseño de estrategias de seguridad basadas en evidencia científica [13].

Tecnologías emergentes han ampliado las posibilidades del monitoreo ambiental, incorporando detectores portátiles, estaciones de vigilancia inteligentes y métodos avanzados como la cromatografía en línea. La aplicación de dispositivos basados en microfluídica y biosensores ha ganado protagonismo, con un notable incremento en las publicaciones científicas sobre su uso. Estas tecnologías permiten la detección de contaminantes como metales pesados, pesticidas, patógenos y residuos de antibióticos, mediante plataformas enzimáticas, inmunoquímicas o moleculares. No obstante, su implementación en ambientes reales aún enfrenta desafíos relacionados con la especificidad, sensibilidad y la complejidad de las muestras [22].

Los sensores portátiles y flexibles, incluyendo los sensores electroquímicos integrados en dispositivos vestibles, representan una innovación relevante. Estos dispositivos permiten una monitorización continua, en tiempo real y no invasiva de las condiciones ambientales y fisiológicas del usuario, ofreciendo una alternativa moderna a los sistemas tradicionales, que requieren análisis fuera del sitio y son menos precisos en cuanto a resolución espacial y temporal [23]. En particular, la cromatografía iónica acoplada a espectrometría de masas ha ganado terreno como técnica de referencia para la detección de contaminantes polares e iónicos en niveles traza, debido a su elevada sensibilidad y especificidad [24].

Junto a los avances tecnológicos en monitoreo ambiental, también ha habido progresos importantes en la identificación de biomarcadores emergentes que permiten detectar la exposición ocupacional a agentes citotóxicos y gases anestésicos. Estos biomarcadores, que pueden encontrarse en sangre, orina o aliento exhalado, hacen posible la detección temprana de respuestas biológicas frente a exposiciones crónicas de baja intensidad, facilitando una vigilancia más eficaz del riesgo y una evaluación más precisa del impacto en la salud [25].

El desarrollo de tecnologías “ómicas” ha ampliado la capacidad de análisis biológico, permitiendo la identificación masiva de genes, proteínas y metabolitos sin necesidad de dirigirse a compuestos específicos. Estas metodologías están siendo cada vez más utilizadas para diferenciar entre biomarcadores de exposición y de enfermedad, y para trazar rutas de toxicidad basadas en patrones de respuesta celular [25]. La integración de estos enfoques en la práctica clínica y ocupacional contribuye a estrategias de salud laboral más proactivas, facilitando intervenciones oportunas que minimicen los riesgos y protejan el bienestar del personal sanitario.

Prevención y controles técnicos mejorados

En la actualidad, la prevención de la exposición ocupacional en el entorno hospitalario se ha fortalecido mediante importantes innovaciones tecnológicas y estrategias de control técnico. Entre estas medidas destacan los avances en gabinetes de seguridad biológica (BSCs) y en los sistemas cerrados de transferencia de medicamentos (CSTDs). Los BSCs son equipos esenciales en los laboratorios y entornos clínicos, ya que proporcionan espacios de trabajo ventilados y contenidos que protegen tanto al personal como al material biológico peligroso [26]. Aunque los modelos tradicionales han presentado limitaciones como consumo energético elevado, ruido, flujo de aire ineficiente y dificultades de mantenimiento [27], recientes innovaciones han mejorado significativamente su rendimiento mediante el uso de materiales más eficientes, sistemas avanzados de ventilación, automatización y características inteligentes como el posicionamiento automático de la compuerta y el monitoreo remoto [28]. La integración de tecnologías como la inteligencia artificial, el internet de las cosas (IoT) y la robótica sugiere que los BSC del futuro serán más seguros, automatizados y eficientes [26].

Junto a estos avances, los CSTDs se han convertido en una herramienta clave para reducir la exposición del personal sanitario a medicamentos peligrosos durante su preparación y administración. Estos sistemas previenen mecánicamente la fuga de fármacos peligrosos al ambiente de trabajo y, al mismo tiempo, limitan la contaminación microbiológica, lo que permite, en algunos casos, reutilizar viales multidosis y reducir costos [29]. Los diseños actuales de CSTDs se basan en barreras físicas o tecnologías de limpieza de aire, y cuando se utilizan correctamente, ofrecen una protección mejorada frente a exposiciones peligrosas [30].

Otro componente esencial en la prevención es el equipo de protección personal (EPP), que actúa como la primera línea de defensa frente a riesgos laborales. Los recientes desarrollos en EPP han mejorado considerablemente la seguridad mediante la incorporación de materiales avanzados que ofrecen barreras químicas más eficaces. Estos incluyen laminados multicapa, recubrimientos de nanocompuestos y nuevos polímeros sintéticos como el alcohol polivinílico, el politetrafluoroetileno y mezclas de nitrilo, capaces de resistir agentes citotóxicos, compuestos orgánicos volátiles y contaminantes biológicos [31].

Los guantes, mascarillas y batas modernas han sido rediseñados con enfoque ergonómico, empleando tecnologías como la impresión 3D para ajustarse a la anatomía del usuario, mejorar la movilidad y garantizar comodidad durante usos prolongados [32]. Se han incorporado sistemas de ventilación en las prendas que favorecen la circulación de aire y reducen la acumulación de calor y humedad, mejorando la tolerancia del personal sanitario al uso continuo de EPP [31]. En particular, las batas incluyen costuras reforzadas, recubrimientos impermeables a fluidos y membranas transpirables, que combinan seguridad con confort [33]. Por otro lado, se ha evaluado el rendimiento de las mascarillas, concluyendo que, si bien las mascarillas quirúrgicas y de tela ofrecen protección limitada frente a nanopartículas, las respiratorias de alta eficiencia son más efectivas aunque menos accesibles y menos cómodas [34]. Avances como las fibras electrostáticas, capas de carbón activado y la nanotecnología mejoran la capacidad de filtración y adsorción de vapores y aerosoles tóxicos [35,36].

Finalmente, los sistemas de ventilación localizados y los protocolos de contención son pilares clave en el control técnico de riesgos. Los sistemas HVAC bien diseñados y mantenidos son fundamentales para mantener una buena calidad del aire interior en los centros de salud, donde las concentraciones de contaminantes pueden superar las del aire exterior [37]. Estos sistemas no solo ayudan a reducir infecciones nosocomiales y enfermedades ocupacionales, sino que también crean ambientes seguros y terapéuticos tanto para el personal como para los pacientes [38]. Para implementar medidas de control eficaces y evitar gastos innecesarios, se emplean evaluaciones de riesgo de control de infecciones, procesos organizativos y multidisciplinarios que permiten anticipar el impacto potencial de infecciones transmitidas por el aire y definir las estrategias más adecuadas de control y mantenimiento [39]. Estas innovaciones en controles técnicos y EPP representan un avance significativo en la protección de los trabajadores sanitarios frente a riesgos químicos y biológicos, y refuerzan el compromiso con entornos laborales más seguros en el ámbito de la salud.

Avances regulatorios y protocolos hospitalarios

Los desarrollos recientes en los marcos regulatorios y los protocolos hospitalarios han reforzado significativamente la protección de los trabajadores de la salud expuestos a sustancias peligrosas. Organismos como el Instituto Nacional para la Seguridad y Salud Ocupacional (NIOSH), el Instituto Nacional de Seguridad y Salud en el Trabajo (INSST) y la Farmacopea de los Estados Unidos (USP) han actualizado sus directrices para reflejar los nuevos conocimientos científicos y enfoques de gestión de riesgos. Estos avances regulatorios priorizan la seguridad laboral mediante evaluaciones integrales de riesgo, límites de exposición y la integración de Nuevas Metodologías de Enfoque (NAMs, por sus siglas en inglés) en la evaluación toxicológica. En los entornos hospitalarios, los protocolos se han vuelto cada vez más estructurados, incorporando procedimientos para la respuesta inmediata a exposiciones químicas, el monitoreo continuo de la salud y procesos sistemáticos de descontaminación [40].

Sin embargo, persiste un desafío importante: la naturaleza fragmentada de la gestión de la salud y seguridad en muchas instituciones. En numerosas organizaciones, los programas que abordan la salud ocupacional, la seguridad y el bienestar de los empleados operan de manera aislada, lo que limita la efectividad de las respuestas coordinadas frente a los riesgos toxicológicos [41]. Para abordar esta situación, el NIOSH ha propuesto un modelo holístico de bienestar laboral, que enfatiza la necesidad de una estrategia unificada que conecte la cultura de seguridad, la promoción de la salud y el apoyo psicosocial [42].

Una de las actualizaciones regulatorias más relevantes es la revisión de 2024 de la Lista de Medicamentos Peligrosos en Entornos Sanitarios publicada por NIOSH. Esta edición incorpora 25 nuevos medicamentos, 12 de ellos con instrucciones especiales de manejo, elimina siete sustancias y reorganiza la lista para mejorar su claridad y aplicabilidad. Estos cambios reflejan la evolución del panorama farmacéutico y buscan garantizar que los trabajadores de la salud estén informados sobre los riesgos emergentes [43].

El Capítulo General 800 de la USP refuerza aún más la seguridad ocupacional al detallar estándares rigurosos para el manejo seguro de medicamentos peligrosos (HDs, por sus siglas en inglés) [44]. El capítulo exige controles específicos para el almacenamiento, la preparación y la eliminación de estos fármacos, apoyados por soluciones de ingeniería como salas de presión negativa y dispositivos de transferencia cerrados. También requiere que las instituciones implementen monitoreo ambiental rutinario, capacitación continua del personal y prácticas sólidas de documentación para garantizar el cumplimiento y la seguridad a largo plazo [44,45].

La implementación efectiva de estas directrices depende del cumplimiento de programas de seguridad institucionales. Los trabajadores deben seguir los protocolos establecidos, que incluyen no solo el uso adecuado de EPP y controles de ingeniería, sino también la participación en sistemas de vigilancia médica que registren la exposición a lo largo del tiempo [46,47]. Por ejemplo, las directrices de BC Cancer sobre el Manejo Seguro de Medicamentos Peligrosos son un modelo de buenas prácticas, al incorporar consideraciones de seguridad en cada fase del manejo del fármaco, desde la adquisición hasta la eliminación. Este enfoque se basa en procedimientos escritos claros, zonas de contención designadas y educación continua del personal para minimizar la exposición y proteger tanto a los empleados como al medio ambiente [48].

A pesar de la existencia de múltiples directrices nacionales e internacionales, la mayoría centradas en medicamentos antineoplásicos, existe una falta de protocolos universales y completos que aborden todos los aspectos del manejo de medicamentos peligrosos. Una revisión sistemática reciente destaca esta carencia y llama a la implementación de sistemas de información integrados y prácticas estandarizadas a nivel global para mejorar la trazabilidad, el control de calidad y la seguridad general del personal [49]. La evolución de las guías publicadas por la Sociedad Americana de Farmacéuticos del Sistema de Salud (ASHP) también refleja esta tendencia. Desde 1983, ASHP ha actualizado progresivamente sus recomendaciones, siendo el año 2016 un punto de inflexión con la introducción del capítulo 800 de la USP, que transformó las recomendaciones en un estándar legalmente exigible. La actualización de 2017 complementa estas normas obligatorias, asegurando coherencia en la regulación entre las instituciones de salud. [44].

Un componente importante, aunque frecuentemente pasado por alto, dentro de estos marcos de seguridad es la inclusión de la toxicología ocupacional en los comités hospitalarios de bioseguridad y salud ocupacional. Esta integración interdisciplinaria permite un enfoque más informado y proactivo para la gestión de riesgos químicos y biológicos en entornos clínicos [50,51]. Los toxicólogos contribuyen a la identificación de peligros, la evaluación de riesgos y el diseño de estrategias de mitigación ante exposiciones a gases anestésicos, desinfectantes y medicamentos peligrosos [1]. Sus conocimientos permiten elaborar protocolos basados en evidencia, que incluyen controles de ingeniería, selección adecuada de EPP y procedimientos seguros de manejo, además de apoyar la vigilancia de exposiciones y la implementación oportuna de medidas correctivas [31]. Asimismo, los toxicólogos fortalecen los programas de formación y concienciación, promoviendo una cultura de seguridad fundamentada en el rigor científico. Su aporte es especialmente valioso en situaciones complejas o de exposiciones crónicas, donde se requiere un entendimiento detallado de los mecanismos toxicológicos [52].

Capacitación y cultura preventiva en personal sanitario

La formación del personal sanitario es un pilar fundamental para garantizar ambientes laborales seguros, especialmente frente a la exposición a sustancias peligrosas. Los métodos tradicionales de capacitación en seguridad, como presentaciones de diapositivas o videos, suelen generar un aprendizaje pasivo y poco efectivo, limitando la retención del conocimiento y la prevención de accidentes laborales [53]. Esta falta de interactividad y realismo obstaculiza el aprendizaje significativo a largo plazo, mientras que los entrenamientos prácticos en entornos reales con riesgo implican consideraciones éticas y costos elevados [54].

En respuesta a estas limitaciones, se han incorporado tecnologías emergentes como la realidad aumentada y la realidad virtual, que están revolucionando la capacitación en seguridad en múltiples sectores, incluido el sanitario [55]. Estas herramientas permiten crear entornos inmersivos y simulaciones que favorecen una mayor concentración, retención del conocimiento, reconocimiento de peligros y percepción del riesgo. Estudios recientes han demostrado que estas tecnologías potencian significativamente los resultados del aprendizaje y la preparación del personal ante situaciones de riesgo [56]. En particular, la realidad aumentada facilita la superposición de información digital sobre el entorno real, creando experiencias de aprendizaje interactivas que mejoran la comprensión y aplicación de los protocolos de seguridad sin exponer al personal a situaciones reales de peligro [57].

Otra metodología innovadora es la simulación clínica, que recrea escenarios asistenciales reales en un entorno controlado para mejorar tanto la seguridad ocupacional como el desempeño profesional. Esta técnica permite a los trabajadores de la salud practicar habilidades técnicas y no técnicas, fortalecer el trabajo en equipo y tomar decisiones seguras sin comprometer la seguridad del paciente [58]. Además, la simulación resulta útil para la investigación en seguridad, ya que ofrece acceso a situaciones poco frecuentes o difíciles de observar en condiciones reales, permitiendo la evaluación de conductas, hipótesis y estrategias de mejora institucional [59,60].

El e-learning también se ha consolidado como una modalidad eficaz y flexible de formación en seguridad laboral. Este enfoque facilita el acceso a contenidos actualizados, promueve el aprendizaje autónomo y puede enriquecerse con recursos multimedia, módulos breves y herramientas interactivas que favorecen la participación y retención del conocimiento [9]. En el entorno hospitalario, las plataformas digitales permiten estandarizar la enseñanza de protocolos de seguridad, actualizarlos de forma continua y adaptarlos a las necesidades específicas de cada servicio [61].

No obstante, la capacitación por sí sola no garantiza una cultura de seguridad efectiva. Es imprescindible evaluar regularmente el nivel de conocimiento del personal y su grado de cumplimiento de las buenas prácticas toxicológicas. Las evaluaciones periódicas, mediante pruebas escritas, simulaciones prácticas y auditorías, permiten identificar brechas de conocimiento, patrones de incumplimiento y áreas que requieren intervenciones formativas específicas [13,62]. La utilización de herramientas estandarizadas facilita la comparación de resultados entre departamentos y en el tiempo, contribuyendo a la mejora continua y la rendición de cuentas institucional [63]. Además, estas evaluaciones deben incluir la observación del uso correcto del EPP, la manipulación segura de fármacos citotóxicos y la eliminación adecuada de residuos peligrosos. Cuando se detectan deficiencias, es necesario actuar rápidamente mediante reciclajes, tutorías o ajustes organizativo [64,65].

Para ser realmente eficaces, estas evaluaciones deben integrarse en programas estructurados de salud y seguridad ocupacional. Se recomienda implementar procesos de recertificación periódica y vincular los resultados a las evaluaciones de desempeño del personal y a los objetivos institucionales en materia de seguridad [42]. La colaboración entre los departamentos de salud ocupacional, prevención de riesgos y jefaturas clínicas es clave para diseñar sistemas de evaluación realistas, aplicables y útiles. Las herramientas digitales pueden optimizar la recopilación de datos y ofrecer retroalimentación en tiempo real, agilizando la corrección de prácticas inseguras [48]. Asimismo, es fundamental considerar los desafíos del entorno hospitalario, como la presión asistencial o la escasez de recursos, que pueden dificultar la adherencia a las normas incluso cuando existe conocimiento adecuado [66]. Al combinar métodos cualitativos y cuantitativos, las instituciones pueden obtener una visión más profunda de cómo se interpretan y aplican los protocolos en la práctica clínica, permitiendo ajustar las estrategias formativas de manera más efectiva.

La promoción de entornos laborales seguros también requiere el compromiso activo del liderazgo hospitalario. Los directivos desempeñan un rol esencial en la creación de una cultura institucional que priorice la seguridad, especialmente en áreas con alta exposición a agentes tóxicos [67]. Su participación directa en la formulación de políticas, asignación de recursos y comunicación continua sobre la importancia de la seguridad refuerza el compromiso del personal con las buenas prácticas [68]. Este liderazgo visible debe asegurar la disponibilidad de EPP, la implementación de controles técnicos, y la educación continua en riesgos toxicológicos, además de garantizar el cumplimiento de la normativa vigente y la gestión oportuna de incidentes [69,70].

Los líderes también deben impulsar la inversión sostenida en formación, tecnologías de protección y mejoras de sistema que reduzcan los riesgos ocupacionales [23]. Su rol no se limita al diseño de políticas: deben participar activamente en la evaluación de resultados, el monitoreo de indicadores de seguridad y el respaldo a programas como la simulación clínica o el control ambiental [71]. Fomentar la colaboración entre unidades clínicas y técnicas, como enfermería, farmacia y salud ocupacional, permite desarrollar estrategias de seguridad más integrales [69]. Además, la incorporación de métricas de seguridad en los objetivos institucionales fortalece la responsabilidad colectiva. Escuchar al personal de primera línea y garantizar un entorno psicológicamente seguro para reportar riesgos o eventos adversos mejora la vigilancia preventiva y fortalece la cultura organizacional [68,69]. En definitiva, el liderazgo debe ser un catalizador del cambio cultural, promoviendo una visión compartida de la seguridad como una responsabilidad colectiva.

Conclusiones

La protección del personal sanitario frente a agentes químicos peligrosos ha avanzado de forma significativa gracias a innovaciones tecnológicas, tanto en monitoreo ambiental y biológico como en prevención técnica. Herramientas como sensores portátiles, biomarcadores emergentes y metodologías “ómicas” han mejorado la capacidad para detectar exposiciones en tiempo real y con mayor precisión, mientras que los nuevos sistemas de barrera, EPP avanzados y estrategias de ventilación localizada refuerzan la contención de riesgos en el entorno clínico. Estas mejoras, junto con el uso de tecnologías educativas como la simulación clínica, la realidad aumentada y el e-learning, fortalecen la formación continua del personal y optimizan el manejo seguro de sustancias peligrosas.

El liderazgo institucional, junto con marcos regulatorios actualizados (NIOSH, USP, ASHP), desempeña un papel central en la sostenibilidad de estas estrategias, mediante la asignación de recursos, la actualización de protocolos y la promoción de una cultura preventiva. La integración de la toxicología ocupacional en los comités hospitalarios permite una gestión de riesgos más precisa y basada en evidencia, mientras que la vigilancia integrada, que incluye auditorías, monitoreo ambiental y evaluación médica, mejora la trazabilidad de exposiciones y facilita intervenciones preventivas oportunas.

A pesar de estos avances, persisten desafíos críticos como el subregistro de enfermedades profesionales, la gestión deficiente de residuos peligrosos y la falta de enfoque de género en la evaluación del riesgo químico. Superar estas brechas exige consolidar sistemas de información interoperables, fortalecer la vigilancia epidemiológica ocupacional e institucionalizar la perspectiva de género en la gestión del riesgo. La convergencia entre tecnología, formación, liderazgo y regulación es esencial para garantizar entornos laborales más seguros, resilientes y equitativos en los servicios de salud.

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