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Herrera, D., Troya, C. Ética en tiempos de corrupción. Práctica Familiar Rural. 2019 noviembre; 4(3).
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EDITORIAL
Ética en tiempos de corrupción
Herrera R. Diego[a], Troya Carlos[b.]
a. Saludesa. Orcid: https://orcid.org/0000-0001-5516-5767
b. Hospital Hesburgh Santo Domingo. Orcid: https://orcid.org/0000-0001-5341-0212
DOI: https://doi.org/10.23936/pfr.v4i2.93
Recibido: 20/11/2019 Aprobado: 29/11/2019
Una paciente joven sufre un trauma en la pierna, como consecuencia de esto, presenta una fisura en el peroné, acude al sistema público donde un ortopedista le sugiere operarse en una clínica privada por 1500 dólares, aduciendo las deficiencias de insumos en el sistema público. Enojada ante este chantaje, solicita al administrador de turno una cita con otro especialista, luego de tres horas el nuevo médico le recibe con la frase,” ¿usted es la que no quiere pagar 1500 dólares para sanarse?........al final la cirugía no era necesaria.
Este escenario clínico puede parecer surrealista, pero es más cotidiano y frecuente de lo que nos gustaría admitir. Es difícil aceptar que quizá estamos presenciando una nueva normativa, en el sentido de lo que consideramos normal, en la cual nos educamos mediante el uso de nociones de verdad (positivismo) que pueden ser manipuladas según intereses particulares (utilitarismo) y transformamos en fetiche a la salud. Las facultades de medicina llenan sus objetivos de aprendizaje con temas biomédicos y se complementan con unas pocas materias denominadas humanistas, entre estas esta la bioética, la cual tuvo un auge y fungió como una alternativa a la crisis de valores de la práctica médica. La realidad es que no respondió a estas expectativas.
En 1971, en los Estados Unidos, Van Rensselaer, médico oncólogo introdujo el neologismo “bioética” (1). Esta fue una respuesta a cuestiones morales en el ámbito de la investigación. En esa época, la opinión pública norteamericana se encontraba preocupada por dos casos en particular, uno escrito en la revista New England Journal, sobre investigaciones con personas incapaces de manifestar su voluntad; y el famoso caso Tuskegee, de 1972, que, con el objetivo de acompañar la evolución de la sífilis, omitió informar el diagnóstico y sus consecuencias a los participantes, los cuales fueron personas pobres que quedaron sin tratamiento (2) (3).
En los Estados Unidos, después de cuatro años de debate, se publicó el Informe Belmont, que definía los principios éticos a ser aplicados en investigaciones que involucran a seres humanos. Estos principios fueron escogidos por pertenecer a las tradiciones morales de Occidente, las que ya se encontraban implicadas en varios códigos y normas anteriores. (4).
Estos principios se transformaron en una fórmula mágica, un “mantra”, algo que todos repiten sin cuestionarlo: “beneficencia, no maleficencia, autonomía y justicia”. Para el pensamiento positivista estos principios no solo arreglarían los problemas de la investigación, sino además los de la práctica médica en todo el mundo. Estos principios desarrollados a partir de la moral común norteamericana, no reflejan los contextos de otras sociedades, los mismos que pierden su contenido al intentar aplicarse a los países latinoamericanos donde La principal limitante, es su pretensión de ser una teoría moral universal, sin reconocer la dificultad de su aplicación en los diferentes contextos sociales existentes (5).
Esta desmedida y dogmática orientación a los principios de la bioética goza de una gran aceptación en el mundo académico como un nuevo campo de reflexión teórica de aula de clases, pero en la realidad como ética aplicada no tiene ningún impacto. Las prácticas de corrupción instauradas en nuestras sociedades siguen en todos los niveles de la sociedad incluyendo las instituciones médicas y en la relación médico paciente, como se señala en la introducción de este editorial.
Diversos estudios reconocen, la necesidad de desarrollar una amplia reflexión acerca de la vinculación de la bioética con los diversos quehaceres de la salud pública, pero la salud pública ha sido históricamente regida por fuerzas políticas y económicas. La epidemiología se ha rendido en gran medida al positivismo de la ciencia contemporánea, registrando los factores sociales y culturales que inciden en salud y enfermedad, pero sin cuestionar mayormente el statu quo y la tendencia al “business as” usual que marcan los procesos económicos que dominan el mundo contemporáneo (6).
Una conclusión prematura sería asumir que la pertinencia de la enseñanza y debate de la bioética en la investigación en seres humanos no la eleva a categoría universal, sino más bien que debe reconocerse su particularidad (investigación en seres humanos) y a partir de ello su limitada acción para el repertorio que la práctica médica diaria exige. Esta reflexión se sostiene desde diversos autores.
Pinker cuestiona el rechazo de la academia a la “interpretación naturalista” de la naturaleza humana que responde a posiciones ético-políticas progresistas que no buscan la veracidad de sus supuestos teóricos sino la defensa de ciertos valores morales supuestamente incompatibles con una visión naturalista. Este autor defiende la necesidad de dar paso a una concepción más rica y mejor fundada de la naturaleza humana, basada en los enfoques de la psicología evolucionista, invitándonos a repensar si la educación es la solución de todos los problemas del mundo (7).
Existe un deterioro del tejido social en innumerables campos que provocan el debilitamiento del espíritu del imperativo comunitario y de la ley colectiva. Entre los distintos ejemplos vale citar: la fragmentación y disolución de la responsabilidad en la compartimentación y en la burocratización de las organizaciones y empresas; el hiper desenvolvimiento del principio egocéntrico en detrimento del principio altruista; la desarticulación del vínculo entre individuo-especie; la desmoralización que culmina en el anonimato de la sociedad de masas, en la avalancha mediática y en la supervalorización del dinero (8).
Para el pensamiento complejo la sociedad es una realidad orgánica que se constituye en un sistema social compuesto de subsistemas o conjuntos grupales, que influyen en todos los subsistemas. Una sociedad corrupta se refleja en un sistema sanitario corrupto, mientras el quehacer médico se concentre en el cuerpo, no habrá sino una filosofía de la biología, más no de la medicina (9).
El mundo de la vida es una realidad colectiva en la que los individuos viven en tres dimensiones: la objetiva o relacionada con la realidad, la social o de interacción con los demás, y la psicológica o subjetiva. La medicina hegemónica emplea conceptos abstractos basados en enfermedades, y se desentiende de su objeto de estudio e intervención que es el mundo de la vida. Esto provoca una imagen de los seres humanos como nómadas vivientes, de la sociedad como agregación de individuos, y del mundo como poblado de entes naturales, inertes o vivos, equívocamente clasificados como agentes o pacientes (10).
Edgar Morin (11) analiza el proceso de desenvolvimiento de la autonomía individual en la modernidad de Occidente y cómo este proceso, al descuidar el otro polo de la solidaridad, generó una especie de privatización de la ética, que hizo decrecer la solidaridad y la responsabilidad social de los individuos y creó sociedades individualistas, con una distancia creciente entre la ética individual y la ética de la ciudad, así como el consecuente deterioro de la religación entre los seres humanos.
El momento crucial del análisis crítico es el reconocimiento de la realidad social jaspeada de pliegues patológicos, condensada en el manoseado término de los determinantes sociales. La actualidad es producto de la evolución histórica de una racionalidad defectuosa que rinde pleitesía a intereses que no son universales y, por lo tanto, desatienden las condiciones para la realización y la emancipación de los individuos.
El reconocimiento de nuestra naturaleza humana como sujetos históricos, se opone a la pretensión de negar el entorno socioeconómico y ocultar sus efectos negativos, aletargando a la ciudadanía con altisonancias sobre felicidad, bienestar, progreso, a fin de impedir que tomen conciencia de su vida hipotecada a intereses económicos que no son los suyos (12).
No se postula una verdad inalienable para la reflexión bioética, cuestionamos dicha posibilidad. Se exhorta a la academia para que contribuya en la formación de los nuevos profesionales con enseñanzas o reflexiones de la ética vinculados con la práctica profesional. Para ello debe superar la ética individual, y avanzar hacia una ética de la ciudad. Si bien la práctica profesional “opera” sobre la realidad y la modifica o transforma, la ética individual es capaz de sostener formas perversas de convivencia social.
Referencias bibliográficas